
La noche del miércoles acudí a un concierto de Aterciopelados. Hasta dos noches antes me enteré de que iba a ir al Auditorio Nacional. Mi amigo Fer me ofreció el boleto que su hermano no ocuparía… y que después sí ocupó… y bueno… fue un relajito. Pero acabamos yendo Fer, Beto, Carmen… a un evento que por lo menos para mí, fue muy importante. Y la importancia radicó principalmente en la sencillez del concierto, su ternura y su calidez.
Al llegar, en la entrada nos dijeron “¿vienen todos juntos?, bueno, pues los vamos a mandar hasta abajo…” Yo pensé que era una inocentada, la neta, pero al entrar nos dimos cuenta de que ciertamente nos estaban dando lugar en la zona conocida como preferente… siendo que nuestros boletos eran de primer piso. El lugar no se llenó, pero en verdad que eso era lo que menos importaba…
Como llegamos en punto de las 8:30, el concierto comenzó tan pronto ocupamos nuestros chidísimos reasignados lugares. El inicio fue leve, suave. Casi ni lo sentí. Al terminar la primer rola… Andrea Echeverri dice: “¿Qué les parece si se bajan todos para acá? Para que estemos más juntitos”. No lo dijo dos veces cuando el auditorio se tornó locura. Todos respondiendo al llamado de acercarnos al escenario. Nosotros quedamos en la fila 10 o algo así, mero en el centro de la acción.
Las rolas fueron cayendo una tras otra, Andrea Echeverri las fue presentando y daba como introducción una breve historia o una razón. Ahí me comenzaron a sonar algunos ecos en mis emociones y comencé a derramar lágrimas. Aquello que hubiera deseado obtener del concierto de Sisters of Mercy, ese momento para llorar a rienda suelta sin razón y con la posibilidad del más rico desahogo… eso fue lo que me proporcionó el concierto de Aterciopelados.
Lloré mucho, incluso con las canciones más alegres y movidas de la noche. No podía contener una emoción que la música que escuchaba, estaba propiciando, alimentando o desbordando.
No me había dado cuenta de cuál melancólica es la música de este grupo colombiano, no había captado varios de sus mensajes expresados con las letras o con las notas unidas unas tras otras. Lo aterciopelado no queda en el nombre… sino en la música, esa es la que tiene sabor a terciopelo.
Desde mi encuentro con Andrea, vagando ambas por el British Museum (momento del que tengo memoria y un recuerdo a manera de firma en mi guía de Londres), no había sentido la dulzura que esta mujer es capaz de emanar.
Las rolas fueron cayendo una tras otra, Andrea Echeverri las fue presentando y daba como introducción una breve historia o una razón. Ahí me comenzaron a sonar algunos ecos en mis emociones y comencé a derramar lágrimas. Aquello que hubiera deseado obtener del concierto de Sisters of Mercy, ese momento para llorar a rienda suelta sin razón y con la posibilidad del más rico desahogo… eso fue lo que me proporcionó el concierto de Aterciopelados.
Lloré mucho, incluso con las canciones más alegres y movidas de la noche. No podía contener una emoción que la música que escuchaba, estaba propiciando, alimentando o desbordando.
No me había dado cuenta de cuál melancólica es la música de este grupo colombiano, no había captado varios de sus mensajes expresados con las letras o con las notas unidas unas tras otras. Lo aterciopelado no queda en el nombre… sino en la música, esa es la que tiene sabor a terciopelo.
Desde mi encuentro con Andrea, vagando ambas por el British Museum (momento del que tengo memoria y un recuerdo a manera de firma en mi guía de Londres), no había sentido la dulzura que esta mujer es capaz de emanar.
Otra de las bellezas de las que fui testigo fue de la que surge del cabello de Andrea. Al principio lo traía peinado en forma de cuernitos extraños… poco a poco el cabello fue cayendo sobre su rostro y hombros y dejaron ver que estaban hechos de seda… tuve ganas de subir a tocárselo… fue un espectáculo hermoso. Aunado a su belleza colgante del cuero cabelludo se encuentra la sencillez y destreza con la que va dirigiendo a la banda y a los técnicos de sonido para que la música suene mejor. Me recordó un poco a la forma en que Dolores O’Riordan de Cranberries organiza a su grupo en el escenario.
Este grupo es capaz de transmitir de manera muy austera, con una guitarra eléctrica, una electroacústica, batería, bajo y algunas percusiones y un par de instrumentos de viento, una potencia que va directa al alma.
¡Olvidé comentar!
Algo que me encantó notar fue la naturalidad del rostro de Andrea, sin maquillaje y se veía tan... ¿pura? No sé. No podía dejar de ver su cara sin retoques. Sé que sólo es un detalle chiquitito, pero para mí fue muy significativo.